Comentario
A orillas del lago Chad y en el límite de la sabana y el desierto, a partir del siglo IX y, con toda seguridad, del siglo XI, se constituyó el imperio de Kanem-Bornu, que sobreviviría hasta el siglo XIX.
Sobre sus oscuras orígenes, parece que hacia el siglo IX una dinastía pagana de nómadas negros del Tibesti, perteneciente al pueblo "teda", logró imponer su autoridad sobre un conjunto de territorios de lengua teda y kanuri, pertenecientes a la misma familia ligüística; se trataba de los territorios de Kanem, al norte del lago Chad, y Bornu, al sudoeste.
La expansión de Kanem-Bornu está ligada al desarrollo del comercio transahariano, esta vez a través del Sahara centro, por las rutas que conducían hasta Tripolitania y Egipto. El oro fue menos importante en el tráfico comercial que en las rutas más occidentales, siendo los productos más destacados el tráfico hacia el Norte de esclavos y alumbre, y la importación de productos manufacturados y de lujo del mundo árabe.
La base del poder de los soberanos de este reino fue la tradición religiosa animista, que nunca fue abandonada, a pesar de que en el siglo XI un rey llamado Humé se convirtió al Islam, produciéndose una sociedad en que las clases dirigentes y los grupos de comerciantes se islamizaron, mientras la mayoría de la población permaneció fiel a sus antiguas creencias animistas. La organización institucional de Kanem-Bornu fue semejante a la de los otros imperios negros -Malí y Songhay-, con grandes jurisdicciones territoriales confiadas a príncipes de la familia real, y que conforme fueron apareciendo problemas internos fueron sustituidos por dignatarios de origen más humilde pero fieles a la figura del monarca, o mejor al llamado "Consejo de familia de la casa real", formado por 12 oficiales y en el que tenía un lugar destacado la "magira" o rema madre.
En la primera mitad del siglo XII comenzó una gran expansión militar con el rey Dunama, organizador de un ejército que se destacaba por su poderosa caballería. En el segundo tercio del siglo XIII, el rey Dunama II conquistó Fezzán para restablecer el tradicional comercio con los beréberes que había sido interrumpido por haber sido depuesta la dinastía reinante por un aventurero. Pero también este soberano se destacó por un intento de islamizar a su pueblo, que fue interpretado como el inicio de la decadencia al mandar destruir el "mune", símbolo sagrado de la tradicional religión animista. Lo cierto es que después de Dunama II la historia de Kanem-Bornu no es más que una serie ininterrumpida de guerras civiles, revueltas y asesinatos hasta que a principios del siglo XVI se restauró la unidad y fuerza del imperio con el soberano Alí Gaji, que reinició el comercio y las embajadas con Trípoli.